Colocando su rodilla entre mis piernas, se quitó el suéter y se desabrochó la blusa y se quitó las bragas, y se subió encima de mí incluso antes de que tuviera la oportunidad de saborear el momento. No digo que no estuviera agradecida. Hasta el día de hoy, sigo agradecida a Gina Csterollo y cualquier capricho, o combinación de alcohol e inquietud, la llevó a desabrocharse mis pantalones vaqueros y montarme en el asiento del pasajero de ese Malibú. Y no te hagas la idea de que tampoco se sintió bien. Fue una revelación, un paroxismo delirante como nunca había conocido, un desbordamiento de éxtasis de mis talones a mis sienes. ...Durante noventa segundos después de que Gina se me bajara, más o menos el tiempo que le tomó ponerse de nuevo la ropa, me sentí sacudida como una ostra mientras recobraba el aliento.